Desde que Nikolaus Otto patentó su motor de cuatro tiempos en 1877, los coches térmicos cambiaron el mundo y revolucionaron el mundo del transporte, tanto privado como público. Gracias a los coches térmicos, la gente del siglo XIX empezó a ir más lejos, más rápido y de una forma más cómoda y privada con su familia sin tener que subirse a un tren.
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Ir a pie, a caballo o en bicicleta, las formas más comunes de desplazamiento hace más de un siglo, poco a poco pasaron a un segundo plano, sobre todo cuando Henry Ford popularizó el coche térmico al convertirlo en una herramienta asequible para una parte de la población gracias a su abaratamiento con la cadena de montaje.
La clave de los coches térmicos: el motor de combustión interna
El motor de combustión interna que desarrolló Etienne Lenoir en 1858 y luego perfeccionó Nikolaus Otto, mejorando la eficiencia y rendimiento, fue el detonante que permitió que en la actualidad una gran parte de la población se desplace en un coche térmico.
El motor de combustión interna utiliza un combustible, que puede ser gasolina, diésel, gas licuado de petróleo (GLP) o gas natural comprimido (GNC). Gracias a estos tipos de combustibles, se genera una combustión dentro del motor en la que la energía química se convierte en energía mecánica.
Gracias a este proceso, la subida y bajada de los pistones del motor consiguen hacer rotar el cigüeñal, que está conectado a estos a través de las bielas. La rotación del cigüeñal se transmite finalmente hasta las ruedas, que son las que consiguen hacer que se desplace el vehículo.
¿Cómo funciona un motor de combustión interna?
La mayoría de los coches térmicos utiliza un motor de combustión con un ciclo de cuatro tiempos que están relacionados con los momentos en los que un pistón está en la parte de arriba de un cilindro (Punto Muerto Superior o PMS) o en la parte inferior (Punto Muerto Inferior o PMI).
Este ciclo de cuatro tiempos, también conocido como ciclo Otto, consta de:
- Admisión: El pistón se desplaza hacia la parte inferior del cilindro. Durante ese proceso, se inyecta pulverizado el combustible, que se mezcla en la cámara con aire para que se lleve a cabo la posterior combustión.
- Compresión: una vez que se mezcla el aire y el combustible, se comprime.
- Combustión: el combustible prende a través de una chispa (en el caso de los motores de gasolina) o por una alta compresión (en los motores diésel).
- Escape: tras la combustión, se generan unos gases que deben evacuarse a través de la válvula de escape y que salen al exterior por el tubo de escape.
Ventajas e inconvenientes del coche térmico
Durante más de cien años, los coches térmicos se han utilizado en multitud de países de todo el mundo. Sus ventajas son muchas, aunque también tienen ciertas desventajas.
Gasolineras: la infraestructura de los coches térmicos está muy asentada en España y otras zonas del mundo. Es difícil que no encuentres una gasolinera cada pocos kilómetros.
Emisiones: la combustión genera dióxido de carbono, óxido de nitrógeno y otro tipo de partículas que acaban en la atmósfera.
Autonomía: los coches térmicos tienen una eficiencia energética en torno al 30 %. Sin embargo, este tipo de vehículos pueden recorrer grandes distancias, en algunos casos incluso más de mil kilómetros sin repostar.
Combustibles no renovables: la gasolina o el diésel son combustibles fósiles que no se pueden regenerar.
Costes: hay un gran rango de precios para adquirir este tipo de vehículos y, en comparación con las opciones híbridas o eléctricas, suelen ser más económicos.
Coste de la gasolina: no tiene un precio fijo, fluctúa según ciertos condicionantes y desde hace unos años su precio se va encareciendo de forma progresiva.
Variedad: sin duda, los coches térmicos tienen mucha más variedad de modelos si se comparan con otro tipo de motores.
Mantenimiento: en comparación con un modelo eléctrico, requiere de unas revisiones más frecuentes.
El estado actual de los coches térmicos
Las normativas anticontaminación Euro implantadas desde la Unión Europea cada vez son más restrictivas con los coches térmicos y las Zonas de Bajas Emisiones interpuestas en España no ayudan a que los coches con motor de combustión interna tengan un futuro halagüeño a corto y medio plazo.
La mayoría de municipios con ZBE no permiten que los vehículos sin etiqueta, que corresponden con los coches térmicos de ciertos años, puedan entrar a las áreas restringidas. Y los coches con etiquetas B y C también tienen los días contados, así que la alternativa que queda es comprar vehículos con etiqueta Eco y Cero. El problema es que estos vehículos son más caros que los coches térmicos y la infraestructura de recarga todavía es insuficiente.
La electrificación del transporte es el futuro que se quiere implantar y ya estamos en pleno proceso: por normativa europea, en 2035 los fabricantes ya no podrán vender coches térmicos nuevos (en teoría, hasta 2050 puedes conducir tu coche térmico, siempre que no entre en conflicto con la normativa de las ZBE en España). No obstante, puede que no sea el fin de los coches térmicos ya que se ha dado una alternativa a los combustibles sintéticos y el eFuel en lugar del gasóleo y la gasolina.
El RACE aplaude esta iniciativa: “lo que deben hacer los gobiernos es incentivar la renovación del parque, facilitando el cambio a vehículos más eficientes a precios competitivos e impulsando el libre mercado, la innovación tecnológica y la competencia en el seno de la industria del automóvil, sin forzar arbitrariamente el vehículo eléctrico de batería como única alternativa de futuro”.
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